Tuesday, November 07, 2006

Días de mala educación

Si bien todo auto lleva noticias a Huaynacancha, también es motivo de recelo. En esta comunidad de la provincia de Huanta, en el departamento de Ayacucho, los alumnos de 3 a 5 años de edad creen que los vamos a vacunar. Odian las agujas y, al vernos bajar de la camioneta, huyen despavoridos. La maestra es menor que yo, pero la respetan más, así que reúnen a su grupo de 20 niños en un solitario salón rosado. Siciliana es la más pequeña y viste como su mamá, con un traje típico de falda y sombrero bordado de flores. "Enséñale tu lonchera", le pide July de la Cruz (25), en un quechua fluido. La miniatura de mujer saca de la manta una bolsa negra con tres papas sancochadas aun sin pelar. Ella no toma leche perlas mañanas. Sus papas prefieren usarla para el queso que luego pondrán a la venta.
En Huaynacancha viven 80 familias, pero solo 25 niños asisten a clases de educación inicial. Universo es uno de ellos. Tiene 6 años y a diferencia de Siciliana no usa un traje típico ayacuchano, él asiste al nido con un buzo raído. "Este Programa No Escolarizado carece de valor oficial. Por eso mis cinco años de trabajo no me dan opción de ganar alguna plaza del Ministerio de Educación", dice July, quien recibe 600 soles al mes. Su salario proviene de lo que recolectan los padres de familia y la ONG World Vision, dedicada a promover la Educación Inicial en zonas altoandinas.
PRECARIEDADES
En la sierra la educación se parece a una casa: sin buenos cimientos, todo lo que viene después se derrumba. Las cifras de la Dirección Regional Educativa de Ayacucho (DREA) confirman esa simpleza: de 50 mil niños entre 3 y 5 años de edad, apenas 24.549 asisten a instituciones educativas o programas infantiles comunitarios. No extrañan, entonces, las historias de niños que usaban los rompecabezas como carritos o los que no entendían cómo hacer bolitas de papel corneta. Siciliana y Universo, si siguen la primaria, podrán ser la excepción.
En Ayacucho, de cada diez personas, siete son pobres. El dato del INEI se queda corto si uno atraviesa la carretera que separa la ciudad de Huanta de Carhuahurán, uno de los centros poblados más castigados durante la violencia política de los años ochenta. Carlos Rúa, alcalde de Sivia, distrito huantino que colinda con la selva, busca sin descanso a siete profesores para la escuela de su pueblo. La ruta de ida a Huanta tarda seis horas. El alcalde no pierde el tiempo: saluda y se va.
Veinte minutos después, una curva con abismos despide un olor a leña quemada. La pachamanca, hay que decirlo, huele a trabajo. Las dos Yolanda que cocinan, de 20 y 24 años, cargan con sus hijos mientras colocan papas, ollucos y habas bajo el montículo de piedras calientes. Sus esposos y padres trabajan en el cerro de enfrente. "Yo solo llegué al tercer grado", recuerda la más joven. No entiende qué es la Educación Inicial. Tampoco sabe si matriculará a su bebé.
CARENCIAS
En Carhuahurán viven 150 familias, por la geografía parecen menos. Es un caserío de paso. La Plaza de Armas parece un tablero dibujado por casualidad. Para llegar a las dos aulas de primaria hay que trepar como cabra entre las piedras. "Digan ‘buenas tardes’, niños. Nuestros amigos periodistas de Lima han venido a conocer cómo vivimos", dice María Isabel Pérez Ruiz, la maestra frente a la pizarra. Los 44 chicos que se levantan curiosos tienen edades dispares, de 6 a l0 años. Este es el tercer grado y Laura Romero Quispe es la niña que tarda más en llegar a la escuela. Camina tres horas, siguiendo la estela de los camiones y el asfalto. Sale a las 4 de la mañana de Mamacceullaccocha. "Los niños tienen dificultades para aprender. Lo que debemos acabar en45 minutos demora a veces dos horas. Y su retención no dura más de un día", señala la profesora Pérez. Los libros y la escritura en castellano convierten en desilusión la aventura de ir al colegio.
FUERZA. Hay niños que recorren hasta tres horas para llegar a clases.
OLVIDOS
En las épocas de siembra y cosecha, la deserción escolar crece. Los padres, aunque reclaman educación, a veces solo pueden pensar en las papas que deben vender. Es la precariedad de la supervivencia. La profesora Maribel Castro ha sido destacada desde la selva y no se acostumbra al frío que le atraviesa los huesos a las seis de la tarde. Quiere ir se pronto. Otra que amenaza con detenerlas lecciones es la maestra Tania Lama. Le han encargado los 25 alumnos de primer grado cuando ella solo debería dictar clase para los 28 del segundo grado. "Esta profesora nombrada, Mónica Quispe, vive de licencia en licencia. Prácticamente hago de niñera, porque con 53 niños no puedo enseñar nada", sostiene. Los más chiquitos gritan, se mueven y se asoman por la ventana. Tania, acalorada, exige que se nombren más educadores.
La llegada de periodistas es casi tan extraña como la aparición de alguna autoridad. Un grupo de pobladores de Bramadero nos busca esa misma tarde en Carhuahurán. Se quejan en quechua y su frustración es un lenguaje de manos enérgicas. Antes de que Sendero Luminoso los despojara de todo, en Bramadero había un colegio. Hoy solo quedan unas cuantas aulas vacías. "En Huanta nos dicen que busquemos el número de la antigua escuela, pero no lo recordamos. El colegio fue quemado", dice Herminia Cayetano, una mujer que tampoco recuerda su edad ni tiene DNI. Como Herminia, la mayoría de adultos de Bramadero ha perdido hermanas, sobrinos y padres en la época del terrorismo. Tomo nota en mi libreta y el desencanto le arruga el rostro. No entiende lo que escribo. "Somos como ciegos. Tenemos ojos, pero novemos", se queja.
Partimos hacia Huaychao, una de las primeras comunidades ayacuchanas en reprimir la llegada de Sendero Luminoso. Es famosa por sus grupos de autodefensa formados por campesinos que, a su vez, eran licenciados del Ejército. Esteban Huamán Manzano tenía 23 años cuando en 1983, el 16 de enero para ser precisos, se ajustició a ocho terroristas, en respuesta a un ataque senderista en noviembre del año anterior. Esteban nos recibe en su casa de piedras y paja, a más de 4.000 metros de altura. La niebla ha convertido a Huaychao en una noche de ciegos. Apenas resplandecen los dos únicos postes de alumbrado público. "Diez días después, oímos los rumores de los periodistas asesinados en Uchuraccay. Ellos se hicieron famosos por matar periodistas y a nosotros el Gobierno no nos reconoce haber estado de su lado", reclama. Son las siete de la noche y todos pronto irán a dormir. Los pequeños Amilcar (5) y Noé (7) madrugarán para apoyar con las ventas de la feria. Como todos los viernes, llegarán tarde al colegio.
A las 8 de la mañana siguiente los alumnos van llegando por gotero. Arthur Valdivia, profesor de quinto y sexto de primaria, sabe que con las justas pueden dividir. Un padre de familia hace eco y se avergüenza de comentar el problema de sus hijos. "Los chicos no saben hablar, menos agarrar un lapicero. Somos agricultores y pedimos escuela para que ellos sean mejores que nosotros", comenta Marcelino Huamán, quien terminaría la escuela si hubiese un colegio secundario.
Treinta minutos después, el viaje acaba en Uchuraccay. Una cruz señala el terreno donde fueron asesinados los ocho periodistas, en 1983. También marca la zona campesina arrasada y las tierras que solo fueron recuperadas en 1993. "¿Para eso nos trajeron? ¿Para abandonarnos?", se pregunta el alcalde David Flores, máxima autoridad del nuevo Uchuraccay. No existe una escuela completa de primaria y el salón de Educación Inicial tuvo que ser cerrado porque el techo se está venciendo bajo el peso de las lluvias. No hay que remover mucho el tema para que se hable de terrorismo, postergación y olvido. El rencor es el caldo de cultivo.

"Casi el 60% de niños son hijos de las víctimas del senderismo o de los militares. Nosotros somos campesinos, no sabemos reclamar ni redactar bien los oficios, por eso no conseguimos que nos oigan", afirma Justiniano Soto, vecino de la zona. Elda Rivera, directora de la UGEL Huanta, precisa que la demanda educativa para el 2006 es de 135 profesores: 101 para la zona rural y 34 para la zona urbana. La actual solución no es muy sensata: se traslada a los profesores de una zona altoandina a otra, sin aumentar el personal. Es decir visten aun santo con la ropa de otro. "Si la gente del Estado, que está en sus escritorios, viera la realidad de estos niños..., pero aquí nunca llegan", se excusa. La ONG World Vision asesora a quienes hacen los reclamos y saben que los cálculos del Ministerio de Educación palidecen con la realidad. Ellos aseguran que, en realidad, se necesita 93 maestros en apenas tres distritos: Santillana, Sivia y Huanta.
Mientras los papeles se entrampan y el dinero no llega, otro niño ayacuchano se queda sin aprender a leer, en las tinieblas de la ignorancia y masticando el resentimiento de sentirse solo. Precisamente allí donde los parajes bucólicos alguna vez se tiñeron de violencia.
Llegan al primer grado con las manos duras. Hay niños de cuarto de primaria que no saben coger bien un lápiz
TRAJÍN. Algunos juegan, pero más de la mitad de estudiantes debe trabajar.
OBSTÁCULOS. Muchos dejan las clases para la siembre y cosecha.
SEPA MÁS
· En la región Ayacucho existen 2.727 centros educativos. El 65% de ellos es de educación primaria; el 17,1 % es centro de educación inicial; el 13% ofrece educación secundaria.

· El índice de Desarrollo Humano que alcanzan los 561.029 habitantes de Ayacucho es 0,50. Esto los coloca en el puesto 20 en el ránking nacional, según el Informe del PNUD/Perú 2005.

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