Monday, May 15, 2006

El fabricante de preguntas


EXPERIMENTADO. Mañana le tocará vivir su proceso de admisión número 101.
En treinta y cinco años, el profesor Teodoro Sanz ha contribuido a afinar los criterios
de la evaluación del talento en la Católica.
El filósofo Teodoro Sanz es una banquero del conocimiento. Bajo su cuidado hay una bóveda que guarda unas veinte mil preguntas y sus respectivas respuestas. Bajo el criterio del equipo con el que trabaja, esas interrogantes son calibradas para medir el talento de miles de muchachos que cada año quieren entrar a la Universidad Católica. El banco que allí se maneja no tiene nada de financiero, pero es un tesoro por el que algunos están dispuestos a delinquir. Sus datos son tan confidenciales como los protegidos en el mercado de valores: de allí saldrán los exámenes de admisión.
Una segunda bóveda, en el sótano de la universidad, guarda otra parte de los archivos. Basta asomarse al interior para encontrar la respuesta a cuestiones de matemáticas, historia, literatura. Sanz, un veterano en el arte de inventar preguntas, administra ese caudal con el rigor de un financista.
La bóveda es una pequeña oficina de tres por cuatro metros. Las fichas con la información confidencial están ordenadas en un estante negro de varios cajones, como los antiguos ficheros de biblioteca. "Aquí están los resultados ordenados por años", explica Sanz.
Abre un cajón. La primera tarjeta corresponde a una pregunta realizada en el proceso de admisión del año 1971. en unos recuadros, hacia la derecha, se indica que el grado de dificultad, a juzgar por los resultados generales, fue de 68%.
También se señala que la respuesta "a" fue escogida por tantos postulantes, la "b" por tantos otros y así.
"Fue una pregunta de buena calidad", dice el hombre sin revelar el tenor de la misma. La calificación puede sonar extraña para un neófito, pero él sabe distinguir esa naturaleza de las interrogantes. No por nada lleva 35 años haciéndolas.
En el mismo aparador hay varias repisas repletas de tomos de pasta roja con datos de procesos de admisión de diferentes años. Cerca de la puerta, sobre el piso, hay ocho maletas cuadradas de madera, aseguradas con candados de tamaño regular. Su contenido justifica la precaución: son las pruebas del examen que se tomará mañana. El sigilo con que son vigiladas acentúa la idea de que esta es una caja fuerte del saber.
Fabricante de preguntas
Sanz solo administra ese banco, también lo alimenta con nuevas preguntas, entre las cuales hay varias desarrolladas por él mismo. Cada año su oficina solicita a un grupo de profesores que envíe cuestionarios sobre determinados temas. Otro grupo de profesores selecciona de manera anónima las preguntas más pertinentes. Más adelante un tercer grupo se reúne durante un fin de semana, a puerta cerrada, para depurar aun más la selección. El cuestionario final no aparenta el cuidadoso proceso que tomó hacerlo.
Hay todo un arte de hacer preguntas. Contra lo que pudiera pensar cualquiera, no se trata de incluir las extremadamente difíciles. Hay que dosificar la exigencia. "Si una pregunta es tan difícil que no me la contesta nadie, no sirve", comenta Sanz. Incluso los "distractores", esas alternativas puestas junto a la respuesta correcta, son fruto de una cuidadosa selección y análisis. "Cuando las respuestas descartan mayoritariamente una opción quiere decir que hay que mejorar ese distractor", explica el hombre.
Los archivos de la bóveda le indican no solo las respuestas, sino el grado de eficacia de cada elemento de la pregunta.
Sanz ha pasado por varias tendencias en esto de elaborar los exámenes de admisión. "En los años setenta estaba el "boom" de las pruebas objetivas. Se pensaba que esa era la mejor forma de evaluar grandes cantidades de alumnos en menor tiempo", recuerda. Entonces, las respuestas eran marcadas en unas tarjetas que luego eran computadas con unas máquinas enormes, del tamaño de la bóveda actual.
Hasta entonces los exámenes de las universidades peruanas tomaban varios días. Los postulantes debían someterse a un examen escrito y luego a un tribunal. El problema con esta práctica era que "en los exámenes orales los mismo postulantes esperaban con angustia conocer qué jurado le correspondía, pues algunos profesores se consideraban muy exigentes y otros eran "buena gente" y generosos al calificar", explica Sanz en un artículo académico sobre la calidad de las pruebas de admisión en la universidad peruana.
El año pasado participó en su proceso de admisión número cien. En todo este tiempo tomó parte de los debates sobre los tipos de preguntas que debían hacerse. "En los setenta se aplicaban preguntas de aptitud académica.
En los ochenta incorporamos preguntas de conocimientos. A mediados de los años noventa incluimos preguntas de lectura crítica, porque consideramos que no bastaba con decir lo que se había leído, debía decirse qué implicancias tenía eso". La idea era dejar el método memorístico y aplicar más cuestiones de razonamiento en la búsqueda de talentos.
No ha sido una tarea aislada. Hay reuniones internacionales de gente que se dedica a hacer preguntas de este tipo. Un encuentro con especialistas de Israel le dejó buenos resultados, pero no siempre hay consenso. Sanz recuerda otra cita de los años ochenta, realizada en Lima, en que una delegación portorriqueña pretendió dar cátedra en la cuestión. Querían vender sus cuestionarios a todas las universidades peruanas. Pero las voces discrepantes descartaron ese acuerdo. "En cambio hemos tenido experiencias positivas: con una universidad de Chile intercambiamos preguntas, ellos nos dieron cincuenta de las suyas y nosotros le dimos cincuenta de las nuestras", explica. Entre entendidos valoraron la calidad de unas y otras.
Espionajes y trampas
En el mundo de los exámenes de admisión hay una pugna silenciosa que pasa desapercibida con el alboroto de los nuevos cachimbos.
Sanz, guardián celoso de su tesoro, conoce de esas escaramuzas.
Ocurre que, a diferencia de otras universidades, la Católica nunca deja que los postulantes se lleven los cuestionarios, codiciados por las academias para sus simulacros.
Pero los inescrupulosos se las ingenian para obtener pistas. "Envían a cien postulantes y les piden que cada uno memorice una pregunta, en orden numérico: tú la uno, tú la dos y así. Al final del examen los contactan y de inmediato recrean el cuestionario", señala el custodio.
Por suerte nunca le ha tocado afrontar una trampa en pleno examen. Mientras los tres mil postulantes se rompen el cráneo, Sanz controla el proceso con un walkietalkie en la mano. En los salones un sistema de vigilancia muy disimulado le permite conocer al detalle lo que ocurre. Los alumnos no pueden irse si no han entregado sus cuestionarios y sus hojas de respuesta, por ejemplo. "Solo una vez detectamos que faltaban cuestionario, pero de inmediato supimos qué alumno había sido.
Lo invitamos a salir con cortesía y logramos recuperar el cuadernillo: lo había escondido en un baño, recuerda.
Sus colegas de Huancayo le contaron de otro caso en que un postulante envolvió el cuestionario en una bolsa de plástico y lo arrojó por el water. Por suerte fue detectado a tiempo. "Esta gente es terrible para sus mañas", lamenta el profesor. El celo de no permitir esas filtraciones no es tanto por que se conozcan las preguntas pues son cambiadas cada año, sino que se presten a legitimar las artimañas de ciertas academias inescrupulosas.
Prueba Final
Las preguntas que él propone pueden ocurrírsele de varios modos. "Puedo estar leyendo un libro interesante y de pronto encuentro un párrafo sugerente, rico, que puede servir para la comprensión de lectura. Pero por lo general me pongo a trabajar en eso varios días", comenta.
La ironía es que Teodoro Sanz nunca ha rendido una prueba de admisión. El sistema de su Madrid natal no se la exigía y, cuando pasó a Estados Unidos, donde siguió sus especialidades, ya solo era una cuestión de trámites académicos. "Supongo que podría resolver el examen, aunque nunca lo he intentado", bromea.
Se jacta de haber sido imparcial incluso cuando le tocó animar a sus tres hijos para dar sus respectivos exámenes. "Me limitaba a decirles que estuvieran tranquilos ya que, si tenían dos respuestas muy probables, se arriesgaran, porque había más para ganar que para perder". Nadie ha tentado ni se dejaría tentar. Filósofo al fin, tiene siempre una respuesta desde la ética para afirmarse a sí mismo. Seguirá haciéndose preguntas, para estar a tono con su profesión. Cuestiona y luego existe, parece decir. veinte mil preguntas lo respaldan.