Monday, July 16, 2007

La enseñanza pública cada vez sirve menos para salir de la pobreza

Es jueves, son las cuatro de la tarde y los cuatro chicos del Colegio Peruano-Canadiense que tengo al frente no deberían estar de este lado de la pared contándome sus expectativas y decepciones sino del otro, atendiendo a la clase. Pero, como en otros centros educativos de la capital, los maestros de esta escuela de Villa El Salvador se han ido a la huelga. Y sus alumnos no tienen idea de cuándo volverán.
"A mí me han dicho que será hasta agosto", dice William (15) con resignación. "Los profesores no nos explican bien las razones de sus reclamos. Hace poco le pregunté a uno por qué iba a hacer huelga y me contestó que era muy joven para entenderlo. Imagínate", comenta irónica Katia (15). Y uno trata de imaginar la cara de ese maestro con tanto cuajo. "Antes uno se alegraba porque no había clases, pero ahora nos damos cuenta de todo lo que nos perjudica", interviene Julio César (16).
Como ellos, miles de chicos que este año terminan la secundaria y otros tantos miles que se quedarán solamente con primaria o a mitad de camino de la enseñanza media son las grandes víctimas de la educación pública en nuestro país.
Un drama que los investigadores Gustavo Yamada y Juan Francisco Castro muestran con descarnado realismo en su reciente publicación "Pobreza, inequidad y políticas sociales en el Perú: tan pobre como se puede ser" (2007). Tal como se observa en el gráfico adjunto, en los últimos 20 años la probabilidad de ser pobre para cada nivel de educación se ha incrementado para todos los niveles hasta secundaria completa. Por ejemplo, si en 1985 alguien con primaria completa tenía una probabilidad de 47% de ser pobre, en el 2004 esta se incrementó a 57%.
Para evitar una caída en la remuneración al momento de entrar en el mercado laboral, los estudiantes tienen que compensar una menor calidad con una mayor cantidad de educación (esto es, más años de estudio).
Los mismos alumnos de colegios estatales son conscientes del desnivel. "El año pasado vi los cuadernos de un amigo que está en un colegio particular en mi mismo año y había cosas que yo recién estoy viendo este año, pero así nomás con las justas", compara Julio César. Katia confiesa que un familiar que acabó en una escuela pública tuvo que 'romperse el coco' tres años en una academia --con el gasto que ello implica-- para igualarse con el resto y 'agarrarla' en el examen de admisión. Y William recuerda que hace un par de años salió un 'cráneo' en matemáticas de su colegio, que ya ha postulado dos veces a San Marcos y nada, y que su familia ya le perdió la confianza, aunque él persistirá.

¿Y LUEGO DEL COLEGIO, QUÉ?
William quiere ser ingeniero de sistemas, Julio César busca especializarse en una carrera corta de mecánica, Milagros le apunta al turismo y hotelería y Katia a la psicología. En el primer caso, los padres han sacrificado la educación de los hijos mayores para cifrar las esperanzas en William, el más aplicado de la familia y que los fines de semana 'cachuelea' como mozo en una 'sanguchería' para juntar unas monedas para mañana.
Estos muchachos saben que con educación básica (primaria y secundaria) no basta. Como dicen Yamada y Castro, el problema es que la intervención pública no ha logrado transferir a los estudiantes un activo que sea valorado por el mercado. "El mercado es duro, te mira y te dice que tu título de haber acabado la secundaria no vale nada y que las capacidades que tienes son nulas", apunta Castro.
Recién al acceder a la educación superior se percibe un aumento pronunciado en la remuneración. De hecho, si hace 20 años una persona con educación universitaria tenía una probabilidad de ser pobre de 15%, esta se ha reducido ahora a 11%. "El asunto es que este activo, el de la educación superior, no llega a los pobres. Dos de cada tres estudiantes de educación superior no universitaria provienen de hogares no pobres, mientras que ocho de cada diez estudiantes de universidades públicas también vienen de un hogar no pobre. Las cosas que valen se las damos a quienes ya lo tienen, mientras que a los que no tienen nada les damos algo que no sirve. Esa combinación es perversa", lamenta Castro.
Les costará el doble o el triple, pero la ilusión está. "Nos damos cuenta de que la base te la tiene que dar tu colegio y por ahí que nosotros no la tenemos, pero no queremos resignarnos a esto", se rebela Katia. Y sus tres compañeros coinciden en que uno mismo puede enseñarse a sí mismo y esforzarse más. Así sigan cerradas las puertas del Peruano-Canadiense.