Thursday, October 20, 2005

Historia de la ciencia y enseñanza de la ciencia











Galileo muestra el telescopio al Duch de Venecia.
www.df.unipi.itmuseo/scienza/galileo/iconografía/galileo2/gal02.htmlGerardo

Hernández García
El tema que se nos ofrece puede interpretarse, sin duda, de más de una manera. Una de estas interpretaciones, y ésta es la que voy a abordar, es la necesidad, el valor, o el demérito y el peligro de introducir algunos elementos históricos para poner en perspectiva o justificar la introducción de las ideas centrales de la ciencia. Hablar de Euclides o de Descartes si el tema es la geometría, aludir a Lamarck y Darwin si el tema es la evolución, o referirnos a Marx y Weber si se trata de la estructura social.

Permítaseme, antes de abordar el papel de la historia en la presentación de estas ideas, que cuestione la importancia de enseñar esta o cualquier otra noción científica. Por ejemplo, hasta qué punto y para qué es necesario hablar de evolución, por qué hablar de deriva continental o de la traslación de la Tierra. Por supuesto que una razón es que estos temas aparecen, en los distintos niveles escolares, como parte del programa oficial. Pero esta razón nos aclara poco. Si planteamos esta pregunta a los especialistas de la biología, la geografía o la astronomía, lo primero que encontramos es una expresión de incredulidad. Es tan evidente para ellos que estos temas son centrales, que difícilmente conciben la necesidad de argumentar sobre la inclusión de sus teorías. En ocasiones sucede que la respuesta viene acompañada de un tono de justificación y defensa del tema aludido. La mayor parte de las veces esta respuesta es tan trivial y simple que, más que lograr justificar algo, despierta enormes dudas. Pero esto se debe a la falta de análisis. En mi opinión, pocas veces se entiende la pregunta; en ocasiones, incluso quien la formula está lejos de entender sus implicaciones. Yo creo que la respuesta no puede ser específica para cada tema particular, pues, bien mirada, la pregunta sólo aparentemente está dirigida al especialista de la materia referida. Lo que sigue es mi respuesta.

La importancia de enseñar la evolución del hombre (o cualquier otro tema) se vierte por dos senderos:

1. La socialización

Si partimos de que buena parte del propósito de educar es el de socializar, es decir, construir una perspectiva del mundo común a una colectividad (así sea el referente nuestro pueblo o el mundo), lo que se pretende al enseñar la evolución del humano es incluir dentro de la cosmovisión de los sujetos este origen millonario (que no simplemente milenario) y animal del ser humano. Otros propósitos de cohesión de grupo, de supremacía, de conquista o de dominación llevaron a la enseñanza de un dios creador que formó al hombre a su imagen y semejanza.
No es importante si esto o aquello fuese cierto, simplemente el propósito educativo en uno y otro caso es distinto, pero el mismo: transmitir a cada sujeto una perspectiva de sí mismo y de los otros, y vivir con ella. La tremenda convergencia de las distintas religiones no es garantía de la existencia de un dios, sino de la existencia de un mecanismo adaptativo común de orden social. El regreso (no digo ‘retroceso’, como algunos le llaman) a la explicación teológica de nuestros orígenes en algunos sitios de Estados Unidos obedece a una necesidad, legítimamente sentida o artificialmente creada, de fomentar ciertos vínculos sin cuya existencia algunos auguran la disolución de la sociedad. Fomentar, por otro lado, la enseñanza de la evolución biológica y, más radical aún, la humana, obedece al impulso moderno de crear una visión naturalista del hombre, así como de valorar los patrones racionales de explicación por encima de los motivos inspiracionales. Es parte entonces de una ideología que sólo se expresa por la síntesis que exige: racionalidad en todo y para todo, desde la caída de las piedras hasta el contrato social. Aislada del marco común y general de racionalidad, la teoría de la evolución no sólo es incomprensible, sino contradictoria, pues se opondrá al determinismo de la mecánica clásica (la cuántica sólo se explica en los niveles superiores), chocará con las modas cargadas a los ‘valores’, y con otras tantas concepciones renacentistas o decimonónicas que inundan nuestras aulas; confrontación que lleva a los maestros a dilemas tan insolubles como insensatos. De ahí que se ponga todo el énfasis en la repetición (motivada o desmotivada), en el éxito de las exposiciones, las tareas o los exámenes, en suma, en el ‘conocimiento’, saber las cosas, y no en entenderlas por sus orígenes o por sus implicaciones. La ciencia, se dice, debe ser neutra, ajena a la ideología o la ética, pues de otra manera no se disuelve el intolerable conflicto. La ciencia nos enseña las cosas como son, dicen y repiten, la ética nos muestra cómo deben ser. ¿Cómo pudo un gran científico, Darwin, llevarnos a pensamientos de consecuencias tan pérfidas como el darwinismo social? ¿No será culpa más bien de sus seguidores y pervertidores que sus consecuencias nos lleven tan lejos? No, el dar-winismo social es tan sólo una de sus posibles implicaciones, aunque rompa con el ingenuo objetivo de lograr una cosmovisión unificada de valores simples y racionalidades estrechas. En ocasiones, donde se ve maldad se oculta una profunda ignorancia.

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