Wednesday, January 21, 2009

Los límites de la tecnología

La tecnología ha permitido concentraciones humanas de millones de habitantes, alejados de los centros de suministro de agua y alimentos

Por Tomás Unger

Al iniciarse el año la perspectiva del siglo XXI se presenta sombría. El siglo pasado ha visto un avance tecnológico y un crecimiento poblacional sin precedentes, cuyas consecuencias --imprevistas e imprevisibles-- se están haciendo sentir. Al iniciarse el siglo XX la población mundial era de 1.300 millones. En el año 1900 había ferrocarriles y barcos a vapor, pero la mayoría se transportaba a pie o a caballo. La mitad de la flota mercante mundial navegaba a vela, los soldados llevaban bayonetas y los oficiales sables. La comunicación más rápida era el telégrafo con postes y alambres y llegaba el teléfono.

Al comenzar este siglo 6.300 millones de personas se movilizaban en más de 600 millones de automóviles y casi 400 millones de motocicletas, sin contar los miles de aviones. La carga, por aire, mar y tierra, se moviliza también con petróleo. La población del planeta, que demoró más de 1.800 años en pasar de 250 a mil millones, en los últimos 100 años casi se quintuplicó. El espectacular avance tecnológico hizo posible que la mayoría de esta nueva población viviera mejor que sus antecesores.

Las guerras, con nuevas armas, mataron a decenas de millones; pero en porcentaje de la población murieron menos que en la guerra de los 30 años en el siglo XVII. El avance tecnológico no solo facilitó la destrucción. Materiales sintéticos, vacunas, antibióticos, abonos, maquinaria agrícola y transporte eficiente lograron alimentar a la mayoría de la población y aumentar su expectativa de vida.

El hombre, que por más de 5.000 años fue mayoritariamente habitante rural, pasó a ser urbano. La tecnología permitió concentraciones humanas de millones de habitantes, alejados de los centros de suministro de agua y alimentos.

CAMBIO DE VALORES
Los lectores más viejos recordarán que en la primera mitad del siglo XX un lapicero o un reloj eran posesiones valiosas. Hoy un lapicero que escribe mejor o un reloj, más preciso que el cronómetro de entonces, cuestan menos que un plato de carne. La tecnología textil ha hecho que hoy el nombre o marca de una prenda, y no su calidad, determine el costo. Hemos alcanzado grados extremos de eficiencia que han alterado la escala de valores.

La tecnología ha logrado poner productos y servicios, que antes eran un lujo, al alcance de cientos de millones. En los años que pasé como estudiante en el extranjero nunca hablé con mis padres por teléfono, era prohibitivo. Hoy mis hijos, distribuidos por el mundo, hablan con nosotros varias veces por semana. Mi computadora me da acceso a las mejores fuentes de información del mundo; si hablara japonés o indonesio, también la tendría, casi gratis.

No cabe duda de que la tecnología, en todos los campos, ha contribuido a hacer mejores nuestras vidas o, dicho de una manera distinta, ha puesto a nuestro alcance una vida mejor... pero a un precio.

EL COSTO
Uno de los factores determinantes del enorme avance ha sido el reemplazo de la energía animal. Lo que antes hacían músculos --humanos y animales-- hoy lo hacen las máquinas. La energía para esas máquinas se genera principalmente convirtiendo la energía química contenida en los hidrocarburos en térmica y luego en eléctrica. Tres pasos con pérdidas y residuos. Por ejemplo, un auto usa menos del 20% de la energía que contiene la gasolina que quema. Peor aun, cien jinetes a caballo usarían menos energía.

Alimentar a más de 6 mil millones de personas también tiene un precio, aun con las tecnologías más avanzadas que logran altos rendimientos. Para cultivar se requiere tierra, agua y abono. Para comer carne se requiere más área, en el mar se requiere plancton. Para la piscicultura se requieren proteínas del mar. Tanto los hidrocarburos como la tierra, el agua y el plancton son recursos finitos. Por eso hoy por el precio de un lomo se pueden comprar varios lapiceros y un reloj.

PATRONES DE CONSUMO
En el siglo XX nos hemos habituado a patrones de consumo que han acentuado nuestra dependencia de insumos finitos; entre ellos hay uno en el que pocos pensaron: el clima. Nuestro consumo desenfrenado de hidrocarburos y la deforestación para aumentar las áreas de cultivo han alterado el balance térmico de la atmósfera. Como si alguien sacudiera la mesa donde armamos un rompecabezas, el cambio climático está sacudiendo nuestra compleja infraestructura de producción. Demasiada agua por aquí, poca allá, nieve donde no se esperaba y sequía donde no la hubo.

Mientras nuestro recién fracasado sistema financiero creaba riqueza (poder adquisitivo) inexistente, el consumo ha presionado los recursos. La posible extinción del esturión por demanda de caviar es intrascendente, pero la desaparición de bosques amenaza con ser catastrófica.

La presión sobre los recursos básicos, como el agua, y la alteración de ecosistemas con derrames de petróleo pueden tener efectos irreversibles. También los tiene la acumulación de basura no reciclable.

EL CAMBIO
Hay acuerdo sobre la insostenibilidad de nuestros patrones de consumo, pero no sobre la forma de alterarlos. La tecnología puede reducir el consumo de hidrocarburos, con energía nuclear, eólica y solar. Tomará tiempo y será caro, pero mucho más caro será no hacerlo. Además habrá que cambiar otros hábitos. No hay infraestructura ni combustible para mil millones de personas ocupando 2m2 de pista cada uno, tras un motor de 100 HP. El transporte público es una solución impostergable, aun antes del cambio de fuentes de energía.

Así como el derroche de espacio y combustible es insostenible, lo es el de agua. Las aguas servidas que dan al mar son un lujo que no podemos mantener. En todo el mundo el agua es un recurso valioso y en la mayoría de los casos escaso. En el desierto, donde vivimos, es el recurso más valioso. Vamos a tener que aprender a cuidarlo, usar menos y pagar más por él, así como hemos aprendido a apreciar el valor de la corvina y el lomo.

A LAS BUENAS...
Los que le dieron su plata al señor Madoff, sin preguntar cómo la multiplicaba, aprendieron una lección que pagaron caro. Se dice que el hombre aprende a golpes y no "a las buenas". Los golpes ya han comenzado.

Por muchos años quienes han observado el rumbo de la sociedad de consumo han tratado de cambiar el rumbo "a las buenas", sin éxito. La tecnología ha hecho posible alcanzar los niveles absurdos de hoy, en parte gracias a la evolución espectacular de los medios de comunicación.
No es la tecnología la que nos ha llevado a donde estamos, sino el uso que hemos hecho de ella. Cambiar nuestros hábitos de consumo y nuestra actitud hacia el entorno es más difícil que aprender a usar un nuevo artefacto. La tecnología de que disponemos es tan buena, o mala, como el uso que le damos.

Ojalá aprendamos a las buenas porque todo parece indicar que, si no cambiamos de hábitos pronto, lo que hoy es una crisis mañana puede ser un desastre.

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